domingo, 30 de junio de 2013

Resbalando por la escalera social


Hace pocos días salí de los cines Maldà de Barcelona con una pregunta que me martilleaba el pensamiento. Fui a ver el estreno de Piso compartido, un magnífico documental que, en primera persona, retrata el mundo de las personas sin hogar y su lucha diaria por dejar atrás la calle.

Este documental, producido por De tot arreu gracias a un proyecto de micromecenaje, retrata a un grupo de sin techo que después de su esfuerzo por dejar la calle acceden a un piso donde viven con otras personas en la misma situación. Este piso existe, se llama Llar Ronda y es de la Fundación Mambré, que, desde hace años, trabaja incansablemente a favor de la inclusión social.

“Tener un piso es media vida. Ahora sólo me falta encontrar trabajo”, asegura a los pocos minutos uno de los protagonistas del documental, que junto con el resto de compañeros intenta recuperar la dignidad perdida. “Aquí se respira paz, tranquilidad, algo indispensable para ser feliz”, explica otro.

La realidad es que en este piso compartido, que no se ofrece a los sin techo como una solución perpetua, sinó como una vía puente para ayudar a encaminar sus vidas, conviven realidades distintas.

Quienes viven en el inmueble, el típico piso de pasillos largos, techos altos y puertas dobles del Ensanche barcelonés, no responden a un mismo perfil: algunos llegaron a la calle por culpa de su adicción a las drogas, otros por la muerte de un familiar que ya no les pudo apoyar en su enfermedad mental, otros por abandonar el hogar de los padres y uno de ellos porque simplemente perdió el trabajo y de allí fue resbalando escalón tras escalón.

En fin, que con éste último retrato empezó mi pregunta incansable. La verdad es que llegar hasta allí –vivir en la calle- no es algo escrito y, a veces, uno llega a esta situación, simplemente por, ante un golpe de desgracia o de mala suerte, no contar con una red de amigos y familiares. A veces, los giros de la vida provocan que uno quede solo, que pierda el trabajo y hasta su red de apoyo.

Algunos ‘sin techo’ son muy visibles –duermen en cartones dentro de los cajeros automáticos de las grandes ciudades, encima de los bancos, en los jardines y las plazas públicas y, a veces, nos apartamos de ellos-, pero otros, y me juego lo que queráis, pasan desapercibidos, se sientan a nuestro lado en el metro o en el autobús, y puede que tomen un café en la misma barra del bar, sin que ni tan siquiera sospechemos de su condición.


Con casi toda seguridad visten con corrección y pulcritud, tienen un pasado laboral en su currículum vitae, como el tuyo o como el mío, tuvieron pareja e hijos y en algún caso, hasta piso propio. Y un día, se quedaron sin nada. Y llegados a este punto, allí sigue mi pregunta sin respuesta: ¿Tú y yo, por un traspié que te puede dar la vida, podríamos resbalar de la escalera social y llegar a ser un sin techo?

martes, 18 de junio de 2013

Que la muerte de tu padre no te obligue a viajar en diligencia

Con la boca abierta me he quedado esta semana cuando leí las críticas del responsable de relaciones laborales de la Confederación Española de Organizaciones Empresariales (CEOE), José de la Cavada, sobre los cuatro días de permiso que el Estatuto de los Trabajadores otorga por defunción de un familiar de primer grado cuando es necesario pernoctar. Aunque posteriormente se desdijo al comprobar la polvareda que levantó, este tipo argumentó textualmente que, en este caso, ahora “los viajes no se hacen en diligencia”.

Entonces me vino de golpe a la cabeza las palabras de Cecília Borrás, madre de Miquel, un joven de 19 años que murió por suicidio, y que ahora ayuda a famílias afectadas por situaciones similares a través de la entidad Después del Suicidio. Asociación de Superviventes, que ella misma preside.

Borràs, que con el paso del tiempo se está convirtiendo en una referente mediática en cuestiones de duelo por suicidio, reflexionaba en voz alta: “En España cuando alguien se casa, la empresa te da 15 días de permiso, si tienes o adoptas un hijo y en función del convenio laboral, se disfrutan de diversos días retribuidos y de hasta 16 semanas para el padre o la madre del recién nacido. En cambio, cuando se te muere un hijo se supone que en dos días una debe estar restablecida por completo”.

Es evidente que ni en 50 vidas se podría superar la muerte de un hijo, y que muy probablemente se aprende a vivir de una manera distinta. Pero lo que está claro es que es que en todas las pérdidas, especialmente de los más allegados, es necesario dar un margen suficiente de tiempo para que la persona que debe afrontar un proceso de duelo se resitúe mínimamente y salga del estado de schock incial sin necesidad de engañar o de encontrar a un médico amigo que firme una baja laboral.

Los comentarios de este responsable de CEOE han despertado todo tipo de quejas. Una de las opiniones más agudas las del periodista Ignacio Escolar, que desde su tribuna en diario.es resumía su posicionamiento de manera inequívoca. Y lo hacía con un jugoso titular: “Hemos llorado a los muertos por encima de nuestras posibilidades”.

Creo que yo no sabría explicarlo mejor, pero humildemente, desde este blog, me atrevo a replicar al señor de la Cavada. Que la muerte de un allegado, algo que espero que ocurra lo más tarde posible, le pille cerca, no sea que se vea obligado a viajar en diligencia.