domingo, 21 de diciembre de 2014

Cuando hay que afrontar la Navidad con la gran ausencia


La Navidad está a la vuelta de la esquina y con ella todas las celebraciones y tradiciones familiares. Largas y copiosas sobremesas, entregas de regalos, preparaciones de sabrosos platos y compras para hacer de pajes de los Reyes Magos o de enviados de Papa Noel. 

En fin, esto es para muchas familias el prototipo idílico de las fiestas de Navidad, pero ¿qué hacer cuando debemos afrontarlas con la ausencia de alguien muy querido?

Es probable que la Navidad sin este ser querido, especialmente si se trata de alguien muy próximo, como la pareja o el hijo, ya no vuelva a ser la misma. Esto seguro. Pero el primer año, para qué negarlo, será el más difícil, el más complicado. Superarlo forma parte del proceso, del duelo.

Emi Armengol, en su libro ‘Una silla vacía’ (Pagès editors) explica en primera persona la primera Navidad con la ausencia de su hijo.

“Me costó muchas pasar las primeras Navidades sin tí, hijo. Cuando llegaban estas fechas me sentía inmensamente triste. Pero con el tiempo y muchos esfuerzos éste vacío y éste dolor han dejado paso a una inmensa estimación, a una añoranza intensa, a una sensación de presencia dentro de mí. Hoy, día de Navidad te pienso especialmente y en todos los días de Navidad que te sobreviva será así. Ésta es la tercera Navidad sin ti. Hoy alzo los ojos y recuerdo el escenario en el que tú también estabas. Repaso momentos pasados y siento tu voz que pregunta: ¿Quién viene a comer hoy? También escucho tu risa cuando abrías un regalo especial. Y yo abría vuestros regalos. Y poco a poco tomo consciencia de un sentimiento que está dentro de mí: nadie podrá quitarme el trozo de historia que hemos compartido. Ahora me siento preparada para afrontar la Navidad y el resto de días que me queden”.

¿Pero qué hacer con la silla vacía? ¿Qué actitud tomar cuando lo que se siente dentro es tristeza? ¿Cómo deben gestionarlo el resto de allegados? ¿Hay que permanecer anclado en la tradición y comportarse como si nada hubiera pasado o afrontarlo con entereza y si fuera el caso hablarlo abiertamente y recordar a la persona que ya no está entre nosotros?

La respuesta está en los sentimientos de cada persona. Hay quien optará por la huida e irse de viaje lejos de las mesas familiares, otros por incorporarse a las tradiciones de siempre o por buscar la mano de los amigos y de los más allegados.

Lo importante es decidir según los sentimientos de cada uno y sobre todo no juzgar a nadie por sus decisiones. Y si una vez en la mesa tenemos ganas de recordar a la persona, pues recordad. Y si en vez de ello, queremos llorar, pues llorad.

En los próximos años seguramente sirva echar la vista atrás, pero no para revolcarse en el dolor, sino para reflexionar sobre el avance de nuestro proceso de duelo. Puede que al fin, con el paso del tiempo, percibamos esta silla vacía con una profunda estimación, con añoranza, pero sin dolor. Y especialmente con serenidad.

Me cuesta imaginarte para siempre ausente.
Tantos recuerdos tuyos se me acumulan
que no dejan espacio a la tristeza
y te vivo intensamente sin tenerte.
No quiero hablarte con voz melancólica,
tu muerte no me quema las entrañas,
ni me angustia, ni me quita el deseo de vivir.

Libre d’absències (Libro de ausencias), de Miquel Martí i Pol (1929-2003)

domingo, 16 de noviembre de 2014

Definitivamente hay que hablar del suicidio

Sólo hace algunas décadas atrás la violencia de género era tabú. El maltrato a la mujer, que en ocasiones podía acabar con su muerte, socialmente se aceptaba como episodios íntimos que se vivían en el seno de la pareja. ¡Cómo ha cambiado desde entonces, como mínimo en las páginas de los diarios, en la televisión y en la radio!

¿Pero qué pasa con las muertes por suicidio? Leía hace una semana en La Vanguardia que en España fallecieron por esta causa 3.539 personas en el 2012, frente a las 1.915 que lo hicieron por accidente de tráfico. Mientras que de estas últimas se habla, y mucho, de las primeras no. Se silencia su  muerte. ¿Por qué?

La respuesta la daba en el mismo artículo la presidenta de la Asociación Después del Suicidio–Asociación deSupervivientes (DSAS), Cecília Borràs, quien aseguraba, que la mayoría de periodistas confiesan que los  manuales de estilo prácticamente “prohíben” abordar el tema del suicidio por el supuesto efecto cadena.

Yo sigo firmemente convencido que hay que romper con este silencio, ¿pero cómo hacerlo? Pese a que la comunicación, gracias a la irrupción de Internet y especialmente de las redes sociales, es cada vez más compartida por los ciudadanos, los medios de comunicación todavía juegan un rol clave en el asunto.

Días después de leer esta información decidí abrir el debate entre mis más allegados, entre ellos una periodista, que ha trabajado durante años en varios medios de comunicación y que ha vivido en su propia piel esta norma, en ocasiones no escrita, de no informar de los fallecimientos por suicidio.

Me explicó entonces algo para mi desconocido. Habitualmente, las noticias de suicidios llegan a las redacciones de los medios de comunicación a través de los periodistas de sucesos, quienes trabajan codo a codo con los bomberos y los cuerpos de seguridad. Profesionales acostumbrados también a moverse en los pasillos de los juzgados, a escudriñar los detalles de asesinatos, estafas y robos. Es su cometido.

Si en algún momento, excepcionalmente, se trata el suicidio es en este entorno, por lo que se entra en el riesgo de entrar en detalles trágicos y de acrecentar el morbo.

Un problema de salud pública

Pero los datos están ahí y en los últimos años algunos expertos sanitarios han empezado a dar un toque de atención sobre el impacto de este tipo de muertes y el dolor, el vacío y la incomprensión que, en ocasiones, viven los que deben seguir conviviendo con ello.

Así que en los medios de comunicación se ha empezado a cambiar el enfoque porque poco a poco, aunque sea a pasos lentos, empiezan a ser los periodistas especialistas en el ámbito de la salud y en programas de cierta sensibilidad social donde se empieza a abordar el suicidio, como un problema de salud pública, que es lo que es. ¿Será está la vuelta de tuerca necesaria para que definitivamente se hable de ello?  

miércoles, 24 de septiembre de 2014

Cadena de favores

Trabajar creando nuevos servicios para romper el tabú de la muerte desde el sector funerario casi siempre implica verte envuelto en historias de dolor, y en ocasiones de incomprensión, pues la muerte no es fácil para casi nadie. Pero a veces, de una vivencia dura, como enfrentarse a la muerte de un hijo, salen historias maravillosas, como la de una mujer extranjera, sin recursos, que hace poco perdió su bebé de 38 semanas en un hospital de Barcelona.

La joven había esperado pacientemente poder obtener las huellas de los pies de su hijo, tal y como le habían prometido en el centro hospitalario, pero las prisas y, en ocasiones, los olvidos jugaron en su contra. En el hospital ya no se podía hacer nada, puesto que el cuerpo del bebé se encontraba en la funeraria.

Y de golpe, la mujer contactó, llorando, desesperada, con Laura, la empleada de la oficina funeraria, situada en el hospital, que la escuchaba con detenimiento. Se trataba de una historia especial, que la removió por dentro y decidió buscar la implicación de sus colegas para alentar los sollozos de aquella joven.

Días después, Laura explicó el caso a Myriam y ambas decidieron ponerse en contacto con otros compañeros de la empresa para conseguir las huellas del pie del pequeño y plasmarlas en un papel. Estaban decididas a dar una pequeña sorpresa a la mujer, algo que, seguro, le ayudaría a procesar su duelo. 

Buscaron junto a un compañero del almacén un estoque de unos recordatorios ya descatalogados para poder impregnar las huellas y escogieron una frase adecuada, y finalmente, optaron por un emblema de El Principito de Antoine de Saint-Exupéry.

Un osito de peluche y un gorro en el féretro

Pero su implicación fue más allá. Consiguieron, con la colaboración de más personal, que la mujer pudiera estar presente en el entierro de su hijo, algo poco común en el caso de personas que pierden a su bebé antes de nacer y que, por falta de recursos, se ven obligadas a hacer un entierro de beneficencia. De esta manera, la madre podría despedirse de su hijo y colocar, dentro del féretro, un gorro y un osito de peluche, tal y como había pedido.

Semanas más tarde, unas amigas de Laura también decidieron apoyar la causa y pagaron de su bolsillo una joya con la huella dactilar del pequeño, algo que la joven no se había podido permitir económicamente.

Y finalmente llegó el día del entierro. Con la excusa de entregarle una documentación a la madre, Laura y Myriam quedaron con la mujer y le entregaron un marco con el recordatorio y las huellas dactilares y una pequeña caja con un mechón de pelo de su hijo. Su cara era de sorpresa, emoción e incredulidad. No se lo podía ni creer y se deshizo en agradecimientos a quienes se habían implicado para hacerlo posible.

Durante aquellos días mi compañera Myriam me explicó la historia y especialmente cómo se sentía por dentro: “Mientras lo preparábamos, todos teníamos un sentimiento de plenitud, de confort, de saber que estábamos haciendo una buena labor. Aquellos días nos íbamos encontrando con la participación, colaboración y el entusiasmo de algunos compañeros, al igual que el rechazo o la incredulidad de otros”, aseguraba.

Juntos hicieron posible un pequeño deseo con la implicación entusiasta de un grupo de personas conmovidas por aquella vivencia. Tal y como la misma Myriam confesó, todos ellos, por un momento, durante aquellos días se sintieron protagonistas de la película Cadena de favores

“¿Cómo puedes trabajar en una empresa de servicios funerarios? ¡Yo no podría vivir tan de cerca la muerte!”, me confiesan casi siempre algunos amigos y familiares. Experiencias como ésta no sólo reconfortan, sino que diariamente me reconcilian con mi objetivo profesional: humanizar el abordaje ante la muerte. 

Post dedicado a Laura Piedra, Myriam Julià y al resto de compañeros de Serveis Funeraris de Barcelona – Grup Mémora que hicieron posible esta cadena de favores y especialmente a Laura y Myriam por escribir la primera versión de esta experiencia y prestarme esta historia para el blog. 

jueves, 19 de junio de 2014

¡Nadie se acostumbra a la muerte!

© José Irun
¿Quiénes trabajan en una empresa de servicios funerarios se acostumbran a la muerte? Ésta es una de las preguntas que algunos de los profesionales que dirigen las ceremonias laicas reciben frecuentemente por parte de los amigos y familiares de los difuntos al finalizar estos eventos.

Pues no, nadie se acostumbra a ello: ni quienes dirigen las ceremonias laicas, ni aquellos que deben gestionar los últimos trámites antes de la despedida ni tampoco quienes ofrecen las flores, la música, el féretro, las esquelas y los recordatorios que suelen entregarse para dar el adiós a nuestros seres queridos.

Me ha hecho pensar en ello mi compañera Amelia, cuando esta tarde, desde su más sincera espontaneidad, reflexionaba ante ello frente a las personas que hoy se han reunido en el tanatorio de Les Corts de Barcelona para participar en el IV Memorial Laico organizado por Serveis Funeraris de Barcelona-Grupo Mémora para recordar a familiares y amigos a quienes este año despidieron con una ceremonia laica.

El ceremonial mezcla lecturas, poesía, una encendida de velas, canciones y relatos con palabras que pretenden sanar y ayudar a los allegados a superar el duelo y acompañarlos para traducir el dolor y la tristeza en recuerdo. Desde hace algunos años, las imágenes de aquellos que nos dejaron protagoniza la parte final del encuentro.

Fotografías de hombres y mujeres en la montaña, al lado de su familia, el día de su boda, coronando un pico, en reuniones con amigos… Pese a que en ocasiones, alguien se quiebra por el dolor, la mayoría de los presentes se siente reconfortado por el espíritu de vida que transmiten, en las imágenes, quienes que ya no están aquí.

Se trata de un evento hecho con sensibilidad y especialmente próximo, también para aquellos que lo organizan y quienes viven los preparativos de cerca. 

Hoy, durante el ceremonial, una compañera de trabajo, al escuchar una de las Gymnopedies de Erik Satie me ha confesado: “Tengo decidido que ésta sea la canción que se toque el día de mi funeral”.   



domingo, 8 de junio de 2014

Ganas de compartir ilusión en Firagran

Aproveché para hacerle una foto con mi móvil mientras pintaba frente a un caballete situado en el patio del Museo Marítimo de Barcelona, que este fin de semana ha acogido Firagran, la feria de actividades dirigidas a personas mayores por donde han pasado miles de asistentes. Se llama Manuel y hace ya tres años que participa en el concurso de pintura rápida.

Este año decidió participar una vez más en esta convocatoria, pero sin demasiado afán de ganar, puesto que ya arrasó en sus dos primeras ediciones. Echó mano de su imaginación para plasmar con su paleta de colores algo que sus ojos no han podido ver nunca: la figura de la estatua de Colón frente a los pináculos de una de las torres de la Sagrada de Familia de Gaudí.

Esta tarde, al recibir el primer premio, patrocinados por Grupo Mémora, no podía dar crédito. “Lo hice sin muchas ganas, pensando que este año le tocaba ganar a otros compañeros. El año pasado una mujer de 80 años de edad se quedó sin premio, la pobre, y pensé que ya le tocaba a otro”, repetía sin cesar delante del público.

“¡Lo siento, pero eres la leche!”, le espetó el pintor Pere Torrent (Peret), el principal artífice de la decisión del jurado. En fin, este año Manuel se ha ido, un año más, con el galardón bajo el brazo, esto sí un poco más sorprendido que en otras ediciones por un premio que imaginó para otro.

Pintar, cantar, bailar, andar, compartir experiencias, aprender sobre alimentación y también sobre final de vida –actividades que estos días se han ofrecido de manera gratuita en el marco de Firagran- son oportunidades para envejecer en salud, pero la actitud de Manuel va un poco más allá. ¿Por qué qué es envejecer en salud si no puedes compartirlo con los tuyos? 

lunes, 2 de junio de 2014

El día que tuve que enfrentarme a la primera muerte de un paciente

Hace ya muchos años, casi 30, pero lo recuerdo con mucha claridad. Yo era estudiante de enfermería y ella, Rosa María, era la primera paciente que tenía asignada. Ambos compartíamos edad. Mientras yo iniciaba toda una vida profesional, ella se encontraba en la fase final de su vida, al estar padeciendo una enfermedad de esas que se califican de incurables. Aquella primera vez me tocó por dentro y mucho.

Poco a poco la experiencia y sobre todo el sentir de los colegas de profesión me fueron inmunizando ante este hecho y pasé a vivirlo como algo casi normal, que muchas veces se vive en silencio y en soledad. “A ello ya te acostumbrarás”, “el primero cuesta, después ya verás que poco a poco se va desdibujando”, “es normal”, “ya te irás creando la coraza”, me decían muchas compañeras.

En el ámbito de atención a las personas mayores, ello se vive muy de cerca. Ves entrar en la residencia a la anciana con una maleta a rastras –toda su vida en una maleta- y tú sabes que seguramente el día que salga de su nueva ‘casa’ será porque le habrá llegado el final de sus días.

Las enfermeras y enfermeros debemos acompañar en la muerte a nuestros pacientes o al menos ello forma parte de nuestro objetivo profesional. Algunos médicos, a veces, cuando no han podido curar al enfermo deben también enfrentarse a ello.

Psicólogos, farmacéuticos, auxiliares de enfermería, cuidadoras y trabajadoras sociales también tienen un papel fundamental. ¿Pero cómo gestionar nuestra angustia, nuestro sufrimiento como personas? ¿Quién nos ayuda, a quien recurrir? ¿Cómo puedo ayudar a la familia cuando yo también sufro mi propio duelo, aunque en silencio, de manera oculta, invisible?

Esto es, el duelo de los profesionales es el gran pendiente. Es algo que he detectado en mi último año profesional, cuando por mi trabajo he sido capaz de mirar las necesidades de los profesionales de la salud desde otro prisma, puede que más externo.Éste fue precisamente el eje de la última sesión que hace algunos días impartí a profesionales sanitarios del Hospital del Mar de Barcelona, en el marco del programa formativo de Grupo Mémora, que está trabajando en este terreno. La formación es importante, pero no es la única herramienta para dar respuesta a este reto.

Fruto de esta sesión, una de las enfermeras asistentes, Maite Castillo, ha hablado del duelo de los profesionales en el último post ‘El beso final’ de su blog ‘Maite Castillo Fotografia’ y el enfermero Fernando Campaña ha hecho lo mismo en el blog ‘Nuestra enfermería’. A ellos les agradezco enormemente la capacidad para poner este reto en la picota del debate enfermero. Es un gran primer paso. 

viernes, 25 de abril de 2014

Lo que hoy parece importante, mañana ya no lo es

“No te pongas nervioso por nada porque lo que hoy te parece importante mañana ya no lo es”. Esto es lo que le dijo un amigo a Tito Vilanova cuando el entonces técnico del Barça se recuperaba de lo que parecía ser, en aquel momento, un cáncer que parecía estaba superando. Lo contaba él mismo en diciembre de 2012, con motivo del programa de La Marató contra el cáncer de Televisió de Catalunya.

Tito nos ha dejado tras luchar de manera incansable, pero también discreta y fuera de los focos públicos, contra una enfermedad, que desgraciadamente también afecta a muchas personas. Tito no ha sido el único –a lo largo de estos meses es posible que todos tengamos familiares, amigos y allegados que hayan pasado por la misma experiencia-, pero el hecho de ser una figura hace que este tipo de mensajes se retengan más en la memoria colectiva.

Quienes son conscientes de que llegan al final de su vida y en ocasiones después de batallar contra una enfermedad tienen siempre algo en común: antes o después valoran lo importante que es disfrutar de los suyos, de los pequeños momentos, de las experiencias personales y de todo aquello que, al fin y al cabo más importa. “Nos preocupamos mucho del trabajo cuando lo importante es vivir intensamente”, decía Tito.

Esto es algo que perciben los profesionales –enfermeras, médicos, auxiliares enfermeras o psicólogos- que acompañan las persones en sus últimos momentos de vida. Lo decía hace algunos meses, el doctor Marcos Gómez Sancho, jefe de la Unidad de Cuidados Paliativos del Hospital Doctor Negrín de Las Palmas, cuando recogía el Premio V de Vida que la Asociación Española contra el Cáncer le otorgaba por su trayectoria profesional.

Aseguraba Gómez Sancho: “Y nos van a enseñar a reorganizar nuestros valores, porque este enfermo al final de su vida nos va a decir su biografía, nos va a decir lo que le importa y lo que no. Han sido más de veinte mil pacientes acompañados, ni uno sólo al final echó de menos haber estado más horas en la oficina, o tener un apartamento más grande, o tener un coche más potente, ni uno, todos han echado de menos no haber estado más tiempo con los niños, no haber visto crecer a sus hijos de otra manera, no haber sido más solidarios, no haber oído más a Mozart o a Bach, y eso nos lo transmiten los pacientes, y nosotros escalonamos nuestros valores gracias a lo que aprendemos de los pacientes”.

Y es que acompañar a un familiar o un allegado al final de sus días es algo triste, impactante, desgarrador, pero ante todo es una gran lección de vida. En este mismo blog, a raíz de la pérdida de un amigo víctima también de cáncer, explicaba, hace algunos meses, las vivencias de  sus más íntimos.

Han pasado los días y pese a que la vida continúa y se va recolocando, ya nada vuelve a ser como antes, porque las experiencias pesan. Al final de todo ello aprendemos la gran lección, algo que, pese a la vorágine del día a día, nunca deberíamos dejar de tener presente: hay que catar la vida hasta el final. 

domingo, 6 de abril de 2014

Morir en paz

¿Saben que el 60% de personas que fallecen en España lo hacen sin conocer exactamente el diagnóstico que les lleva hacia una muerte segura? Se trata de un atentado contra la decencia, que perpetúa la mentira e impide que la persona que acaba sus días lo haga con la posibilidad de escoger qué, cuándo, cómo y con quien quiere pasar sus últimas horas.

Estos no son datos míos, sino del médico experto en cuidados paliativos, el doctor Marcos Gómez, jefe de la Unidad de Cuidados Paliativos del Hospital Doctor Negrín de Las Palmas y miembro del recientemente creado Consejo Asesor del Grupo Mémora, quien esta semana ha protagonizado una conferencia en Madrid para hablar precisamente de ello: del abordaje de los últimos días y de la necesidad de morir en paz.

¿Qué es morir en paz? Morir en paz, cuando la muerte es el destino de una enfermedad terminal, es hacerlo sin el estrépito tecnológico que supone estar absolutamente rodeado de botellas, de tubos y otros artificios que lo único que conseguirán es alargarnos en vida unas horas más.

Morir en paz es poder acabar nuestros últimos meses de un cáncer terminal sin dolor, puesto que el tratamiento del dolor no es un capricho, ni debería ser un derecho al alcance de unos pocos, sino un derecho universal. Es también contar con un profesional que nos acompañe hasta el final y es hacerlo en un lugar cómodo, y en el que no tengamos restricciones de visitas. ¿Para qué?

Pues para podernos despedir de nuestra pareja, de nuestros familiares y de aquellos allegados más íntimos y hacerlo siguiendo con aquellos simbolismos que nosotros mismos hayamos escogido. Y es que en palabras del doctor Marcos Gómez, “hasta el último instante se pueden hacer cosas importantes”, como perdonar y ser perdonado, amar y ser amado y, en algunos casos, reconciliarse con aquel amigo, aquella hija o aquel hermano con el que nos distanciamos ya hace años.

Pero ante todo para poder afrontar los últimos meses y las últimas horas de vida y morir en paz se requiere conciencia de la situación. ¿Por qué, entonces, algunos familiares y también los propios profesionales se obstinan, en ocasiones, en ignorar los deseos del moribundo, tutelando su vida y sus decisiones, como si él no fuera el auténtico protagonista de su historia? 

lunes, 10 de marzo de 2014

Los ojos de los profesionales diez años después del 11M

Esta semana se celebran diez años del tremendo atentado que golpeó a toda la sociedad española. Eran las 7.36 horas de la mañana de lo que parecía ser un día cualquiera, en el que miles de personas cogían el tren para ir a trabajar. De golpe, estallaron las tres primeras bombas en la estación de Atocha, escenario que minutos más tarde se repetiría en la estación de El Pozo del Tío Raimundo y Santa Eugenia y finalmente, otra vez en Atocha. Diez explosiones que se cobraron con 192 muertes y 1858 heridos.

Ha pasado ya una década pero quienes vivieron en su piel aquel atentado no han podido olvidarlo ni tampoco el conjunto de la sociedad que, impactada por la brutalidad de los hechos, siguió los acontecimientos enganchada a las pantallas de televisión. Estos días, con motivo del triste aniversario, los canales de televisión vuelven a rememorar los hechos con reportajes y entrevistas a familiares y víctimas.

Una de las primeras cadenas en hacerlo ha sido La Sexta, que a través del testimonio de Vera, la hija de una de las víctimas, que en el momento de la muerte de su padre sólo tenía ocho años de edad, ha analizado, aunque de manera indirecta, el proceso de duelo y los intentos de superar la catástrofe de algunas de las víctimas directas, sus familias y también profesionales que se vieron involucrados a la hora de dar apoyo y acompañar a quienes vivieron en primera persona aquel atentado.

Una médico del SAMUR, uno de los primeros polícias que llegó a Atocha, un cámara de televisión que se dirigió al pabellón de Ifema para grabar todo lo que allí ocurría y un taxista que desde el exterior de la estación central de tren de Madrid recogió a quienes huían del dolor y el infierno vivido. Estos fueron los perfiles de los profesionales que se incluyeron en el reportaje de La Sexta.

Me gustó este nuevo enfoque. En los últimos años hemos vivido la normalización en la gestión del proceso de duelo de las familias porque, aunque sea lentamente, se ve que ayuda a la superación de la muerte. Pero aún olvidamos el impacto que la muerte ocasiona en los profesionales.

Y si en ocasiones hemos centrado los esfuerzos en abordar el duelo de los profesionales, lo hemos hecho con aquellos que habitualmente están al lado del moribundo y sus familias, tales como enfermeras y médicos de cuidados paliativos, urgencias y otras áreas críticas. ¿Pero qué pasa con aquellos otros profesionales que trabajan directamente con la comunidad y que en ocasiones deben enfrentarse con la muerte?

El cámara de televisión que se ve obligado a abandonar su cámara porque el impacto emocional le impide seguir trabajando, el policía que rememora con detalle todos aquellos hechos que nunca borrará de su mente y la médico de emergencias que pese a haber gestionado muchas catástrofes desde aquel 11M revive las imágenes. ¿Tras el 11M se puso a su alcance algún recurso para ayudar a afrontar y digerir aquel impacto? Me atrevería a contestar, con casi toda la seguridad, que no.

Alrededor de la muerte quedan muchas asignaturas pendientes, pero esta es quizás de las más olvidadas.

domingo, 9 de febrero de 2014

La muerte pone fin a una vida, no a una relación

Cuando busco momentos de relajación y desconexión echo mano de algunas series de televisión que me trasladan mentalmente al escenario donde se desarrollan y me ayudan a ausentarme durante unos minutos de mi realidad. Una de esas series es Mentes criminales, donde más allá de los argumentos y las escenas más o menos escabrosas, me apasiona la frase final que, a modo de corolario, cierra los capítulos.

Hace unos días en una reposición escuché la siguiente frase: “La muerte pone fin a una vida, no a una relación”, y al oírla aproveché rápidamente para anotarla pensando en su utilización posterior en este blog o en las redes sociales.

Consulté el nombre de su autor y comprobé con sorpresa que era Mitch Albom, escritor y periodista norteamericano, el mismo que había escrito el libro “Martes con mi viejo profesor”, que a lo largo de estos últimos años he leído en diversas ocasiones, a partir de la recomendación de un muy buen amigo.

Poco me hubiera imaginado yo que diez días después esta frase ayudaría a introducir las palabras que la familia de un amigo cercano que en los últimos seis meses ha luchado contra un cáncer, que por desgracia no pudo superar, le dedicó en la ceremonia de despedida.

Quienes participaron, leyeron y tocaron sus piezas musicales en aquella ceremonia de adiós que hace una semana reunió a más de 600 personas en el tanatorio de Les Corts de Barcelona fueron escogidos por él, por cierto seguidor de este blog. Cada detalle, cada palabra fueron escrupulosamente planificados por su esposa y su hija menor, interpretando, recordando y siguiendo las instrucciones que él mismo les había trasladado, en el hospital, días antes de pedir la sedación para mitigar el dolor o más bien, mantener su dignidad hasta el fin de su vida.

Pero su coraje a la hora de cerrar el último capítulo de esta vida, como mínimo la de aquí y ahora, fue mucho más allá. Se despidió hasta el infinito de los más allegados, de la familia más íntima, pero también de sus amigos, de quienes le habían acompañado en los últimos meses, y de aquellos que, en un ejercicio de prudencia, quisieron hacerle llegar su apoyo mediante el teléfono o el correo electrónico.

Hasta el final echó mano de su ironía, para ayudar, mitigar y ayudar no sólo en su propio proceso de aceptación de la muerte, sino de los que le han acompañado. Tuvo tiempo de cerrar conversaciones pendientes, mostrar sentimientos, cerrar trámites ante el notario, expresar sus últimas voluntades. ¡Se requiere valor, fuerza y sobretodo tanta madurez para aceptar este camino!

En mis años de experiencia como enfermero he estado muy cerca de la muerte ajena, pero con esta experiencia, que me ha tocado de cerca, he comprobado la importancia que tiene para el entorno más intimo de la persona fallecida haber podido convivir de manera conjunta el proceso del final de su vida desde la proximidad, el respeto, el cariño y el saber hacer.

Estoy plenamente convencido que el camino escogido por él ha ayudado y lo seguirá haciendo, de manera silenciosa y continua, en afrontar la pérdida y realizar de la manera más adecuada el duelo de los seres queridos.

Para mí ha sido una lección de vida, una lección de final de vida, de morir con dignidad, de morir con la convicción que, a pesar del dolor de la situación, a pesar de dolor por la pérdida, el ser humano es ante persona y decide, en muchas ocasiones, poder vivir dignamente hasta el último momento.

“Al final del camino me preguntaran:
¿Has vivido? ¿Has amado?
Y yo, sin decir nada,
abriré el corazón lleno de nombres”


Post dedicado a Alfons Banda Tarradellas, fallecido el 30 de enero de 2014. 

miércoles, 22 de enero de 2014

Aproximándonos a la muerte con intelectuales

Nuestra sociedad vive de espaldas a la muerte, la oculta, casi la niega. Y cuando llega el momento la gestiona con prisas como respondiendo a un deseo inconsciente de archivar lo antes posible el triste episodio y al mismo tiempo, deseando que su recuerdo perdure en las generaciones futuras.

Estas son algunas de las reflexiones previas que se incluyen en el prólogo del libro Aproximaciones en torno al mundo de la muerte, presentado esta semana por Grupo Mémora y Servicios Funerarios de Barcelona, en el que 14 intelectuales –periodistas, escritores, filósofos, profesores y catedráticos de distintas disciplinas-, reflexionan sobre el significado de la muerte y el vínculo con la vida.

Aunque muchas veces no nos demos cuenta, la muerte, como capítulo intrínseco de la vida, está presente en nuestro día a día más cotidiano. Este seguramente es el vínculo de todas las reflexiones que se incluyen en este libro, que recoge un ciclo de conferencias que se organizó en Barcelona hace ya algunos años.

¿Cómo mueren los protagonistas en una ópera? ¿Y en el teatro? ¿Y en el cine, y en la música francesa? ¿Cómo fueron los grandes de entierros celebrados en Barcelona? ¿Cómo explotan el eje más turbulento de la muerte los medios de comunicación?

Algunas de estas preguntas encuentran respuestas en este libro, que ha contado con la colaboración de intelectuales como los historiadores Roger Alier y Anna Casanovas, los periodistas Joan Anton Benach, Montserrat Quesada y Lluís Permanyer o el actor Enric Cusí.

Viajamos también en torno a la muerte de la mano del filósofo Francesc Torralba, que en su conferencia realizó una aportación que a mí me parece un poco sorprendente. “Si mueres serenamente es porque tienes la convicción de que la muerte te ha llegado en el momento justo, ni antes ni después”, asegura.

Me impactó revisar estas palabras en el libro. ¿Es que no hay personas de 50 años, a quienes todavía no les toca morir, pero que acaban falleciendo por una enfermedad, que al inicio del proceso afrontaron con rabia, tristeza, negación, pero que finalmente y, de manera admirable, acaban asumiendo su muerte con entereza y serenidad? 

Parece que el epílogo de la vida, que es la muerte, empieza a resquebrajar este gran tabú de nuestra sociedad. O como mínimo libros como este lo intentan. Ahora queda el gran trabajo individual y colectivo de romperlo definitivamente, de una vez por todas.