“Para mí maltrato es hacer sufrir mucho a una
persona mayor”. “Para mí no tener en cuenta su opinión”. “Yo creo que es
tratarla como si fuera una niña, creyendo que llegada a una edad, su cerebro es
como el de una persona de cuatro años”. “Maltratar a una persona mayor es
abandonarla. Algunos familiares lo hacen cuando llega el verano, en ocasiones
en los servicios de urgencia de los hospitales”.
Éstas son algunas de las afirmaciones de
personas cercanas con los que estos días he hablado sobre el
maltrato a personas mayores, a raíz del reciente estudio de la
Asociación para la Investigación del Maltrato a las Personas Mayores (EIMA) que indica
que un 26% de los encuestados conoce algún caso de maltrato a una persona
mayor. La mayoría son abusos psicológicos y económicos.
El estudio, promovido por Grupo Mémora y presentado
en el marco de FiraGran, el Salón de las Personas Mayores de Catalunya, se
realizó a partir de 423 entrevistas a personas mayores de 18 años de edad del
distrito barcelonés de Nou Barris y de la ciudad de L’Hospitalet de Llobregat.
¿Qué es lo más preocupante? Aunque las cifras de
percepción no son alarmantes sí que es sorprendente que los casos de malos
tratos a personas mayores estén al orden del día. Porque efectivamente, estos
abusos no sólo conciernen a agresiones físicas, sino que van mucho más allá.
Muchos de los afectados no denuncian ni lo divulgan por vergüenza o miedo
puesto que los malos tratos se producen en su entorno más íntimo y próximo.
La crisis económica se ha cebado con muchas
familias, que en algunos casos se han visto obligadas a echar mano de las
reducidas pensiones de sus mayores, a sacarlos de las residencias geriátricas
por no poder pagar las tarifas y a volver con los hijos a casa de los abuelos.
Hay mayores que hacen esfuerzos astronómicos para dar de comer a hijos y nietos
con sus ingresos económicos y que se han visto obligados a acoger a sus
familiares trastocando por completo su vida cotidiana.
Muchos de estos abuelos se han visto obligados a
convertirse, de manera perpetúa y obligada, en aquellos abuelos esclavos, que
mañana, día y noche están a disposición de sus nietos para cuidar de ellos y
cubrir cualquier necesidad, como si se tratara de sus progenitores directos.
¿Son estos episodios una puerta abierta a la
posibilidad que se incrementen los casos de abuso? Sinceramente creo que sí.
Pero para mí los abusos no acaban aquí. Las
circunstancias económicas y los recortes han obligado a la administración a dar
el tijeretazo para reducir al máximo la financiación de ciertos medicamentos y
las aportaciones a la Ley de Dependencia, por no hablar de los irrisorios
incrementos de las pensiones -3 euros mensuales en el caso de mi madre este
2015-.
¿Cuál es el antídoto a todo ello? Posiblemente la
sensibilización y como siempre las bases de la educación, pero para afrontar el
actual escenario, una de las grandes medidas de choque es la conciencia
individual. ¿Nos gustaría que nos trataran así? Si todos estamos aquí es gracias
a nuestros abuelos y a los abuelos de nuestros abuelos.