jueves, 1 de septiembre de 2016

Un grito desgarrador desde una residencia geriátrica


Esta carta representa el balance de mi vida. Tengo 82 años, 4 hijos, 11 nietos, 2 bisnietos y una habitación de 12 m2. Ya no tengo mi casa ni mis cosas queridas, pero sí quien me arregla la habitación, me hace la comida y la cama, me toma la presión y me pesa. Ya no tengo las risas de mis nietos, el verlos crecer, abrazarse y pelearse; algunos vienen a verme cada 15 días; otros, cada tres o cuatro meses; otros, nunca. Ya no hago croquetas ni huevos rellenos ni rulos de carne picada ni punto ni crochet. 

Aún tengo pasatiempos para hacer y sudokus que entretienen algo. No sé cuánto me quedará, pero debe acostumbrarme a esta soledad; voy a terapia ocupacional y ayudo en lo que puedo a quienes están peor que yo, aunque no quiero intimar demasiado.

Desaparecen con frecuencia. Dicen que la vida se alarga cada vez más. ¿Para qué? Cuando estoy sola, puedo mirar las fotos de mi familia y algunos recuerdos de casa que me he traído. Y eso es todo. Espero que las próximas generaciones vean que la familia se forma para tener un mañana (con los hijos) y pagar a nuestros padres por el tiempo que nos regalaron al criarnos.

Esta carta fue publicada en un periódico hace unas semanas por Pilar Fernández. Se trata de un grito desgarrador que envía desde la residencia donde vive actualmente. Leer sus palabras es invitar a la reflexión de aquellas familias que ingresan a sus seres queridos en residencias y que, en ocasiones, utilizan estos centros como un aparca coches. Es triste, pero la realidad demuestra que estas personas existen. De veras.

Pero ahora os invito a reflexionar un poco más allá. Por experiencia profesional, os puedo asegurar que me he topado con bastantes ancianos, en mi etapa como director de una residencia geriátrica, quejosos de la poca atención que recibían de sus familiares, algunos de ellos como Pilar. Pero si algo aprendí de aquellos años es que nadie puede juzgar el pasado de ciertas personas, tampoco los profesionales que les atendemos.

¿Conocemos quién era y cómo actuó con sus hijos aquel anciano que ahora está prostrado en la cama, frágil, inválido y que no recibe visitas? ¿Sabemos qué tipo de relación o qué carácter gastaba con la hija que nunca viene a visitarla aquella mujer, ahora anciana, de pelo blanco y mirada tierna?

Y sino que le pregunten a una amiga enfermera, ya muy veterana, que todavía recuerda la primera vez que reprendió a una familia por no ir a ver a su padre. Lo hizo una vez y nunca más, porque lo que recibió de boca de las hijas de aquel ingresado fue una lección de por vida. Le explicaron el abandono y los malos tratos psicológicos a los que el ahora tierno anciano les sometió cuando debía ejercer de padre.

Hace años, en la residencia geriátrica que yo dirigía, una de las ancianas ingresadas me pidió cómo quería ser despedida: escogió la música de su funeral, el texto del recordatorio y propuso que cada nieto le diera su último adiós con una rosa roja en el día de su funeral.

Y por último dejó constancia por escrito de un último deseo: “No quiero que mi hija comparezca el día de mi funeral”. Todos los que trabajábamos en el centro geriátrico nos quedamos boquiabiertos. Esta hija, la que finalmente quedó apartada de la ceremonia de despedida, por deseo expreso de su madre, era precisamente la que todos los días venía a visitarla a la residencia.

¿Cuál es la lección que saqué de todo aquello? Los profesionales debemos estar para apoyar, para amortiguar el dolor, pero nunca para juzgar. Ni a unos ni a otros.  

4 comentarios:

  1. Qué recordatorio más importante, gracias Josep. A veces nos pasa que sabemos en teoría que como profesionales de salud no nos pertenece juzgar, pero en la práctica nos sale lo contrario. Es útil hacer constantemente un esfuerzo de valoración interna y profundizar en nuestro autoconocimiento para detectar las "trampas" de nuestro propia mente.

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  2. Ciertamente...mejor comprender y acompañar que juzgar a los otros, en todos los momentos de la vida. Vivir en una residencia, o en tu casa...o en casa de otro no es indicador de cariño y felicidad. El cariño y la relación se cultivan toda la vida, la felicidad es una capacidad personal. Aceptarnos, aceptar el paso del tiempo y lo que somos...la Sra. Pilar ya no hace croquetas...yo no tengo la misma talla que a los 25...Conozco a una Sra. Carmen que también hacía sopa, asado y otras delicadezas para hijos y nietos y ahora que vive en una residencia, dice "Estoy como una reina hija, mejor que nunca, lo tengo todo arreglado, no me tengo que preocupar de nada...La comida buenísima añade su marido, me dedico a pasear, hablar con los amigos y jugar a las cartas...muy bien, muy bien". Independientemente de la calidad y profesionalidad de los centros, la forma de vivir y enfocar lo que somos y tenemos es lo que nos da la felicidad en todo momento. Hacerse mayor es un proceso de aceptación que hay que ir practicando, para vivir con satisfacción y plenitud.

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  3. Veritablement una qüestió complicada. Aquesta senyora es rebel·la més contra la seva vellesa i de com aquesta es viu en una societat accelerada, competitiva i egoista que no contra la seva família. Malgrat que sembla que els culpa a ells ja que segurament no pot albirar la lògica global que ha portat a la residencia on legítimament es sent fora de lloc. Una vida més pacifica i amb ritmes més humans potser facilitaria que aquesta senyora pugues seguir fent les seves croquetes. Tot i així no deixa de ser commovedor.

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  4. Tema complicat i trist, perquè al final sempre es el mateix, la soletat és el que mes pateixen quan poses algú a una residencia. Normalment volen tenir els seus fills i nets al voltant i és el que troven mes a faltar, sense jutjar que van fer uns o altres durant tota la vida. Per la meva part i la meva recent experiencia en que vaig portar al meu pare a una residencia, tot i que no va arribar a estar-hi ni 1 any, per mi va ser molt depriment, la sensació de que jo mateix l'abandonaba allà i el remordiment de no anar-lo a veure mes sobint, perquè em costaba molt aguantar la tristò de veure'l allà en un sillò com ausent fins que no et tornaba a reconeixer, com si s'aillès per patir el mínim. Per mi la situación ideal, sería tenir un profesional a casa 24 hores per donar tots el cuidados necesaris que el familiar no sap o no pot fer i així no patiría la soletat per no estar amb la familia, però entrem un un tema econòmic insalvable per la majoría de la gent. En fí és una situació que al final de una manera o altra tots i pasarem i que no acabem de trovar una sol.lució al gust de totes les parts.

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