Estudié en los Hermanos Maristas, ya hace unos cuantos años, y básicamente
creo que mis padres optaron por un colegio religioso, en aquel momento, por la
calidad de la enseñanza y no precisamente por la vertiente religiosa, aunque
lógicamente ésta estuvo presente durante todos los años de estudio, y con el
paso de los años me fui alejando. Supongo que el bajo contacto con la realidad
en la que vivía y he estado viviendo y el posicionamiento de algunos de sus
representantes sobre diversos temas de debate social, como el aborto, el uso
del preservativo, la homosexualidad o el papel de la mujer en la iglesia, han
hecho que con el tiempo me haya divorciado de la iglesia católica.
Años más tarde tuve la oportunidad de volver a conectar con determinados
elementos básicos de la religión católica y su iglesia y fue con motivo de mis
cortas estancias en Camerún, supervisando un proyecto de cooperación en el ámbito
de la salud, donde pude comprobar, de manera reiterada, la proximidad entre sus
representantes y las personas, que atendían aquellas necesidades que realmente eran
básicas e insustituibles. Todavía recuerdo las palabras del anciano Padre Pierre, que
se desplazaba a pie entre los poblados, a pesar de haber podido disponer de un
coche cedido por la iglesia camerunesa. “¿Cómo
voy a ir en coche si mis fieles van andando a todos los lados? El dinero del
coche lo he utilizado para comprar comida para ellos”, me decía. Si Dios
realmente existe, lo que estaba viendo y viviendo era lo más cercano a lo que
proclamaba Jesús.
Hace unos días he vuelto a revivir la misma sensación. “Intuyo que el único que estorba es el Espíritu y el mensaje de Jesús.
Muchas veces me he preguntado: si Jesús viviera hoy, ¿cómo se le trataría desde
Roma? ¿Se aceptaría su mensaje? ¿Nuestros pastores, los obispos, lo escucharían
y promoverían el compromiso de su causa? Me temo que se le condenaría y lo
quitarían de en medio, porque Jesús vive hoy en la comunidad”. Son palabras
de la monja dominica contemplativa Sor Lucía Caram, a la que ya hace tiempo voy
siguiendo a través de sus mediáticas intervenciones, en su libro “Mi claustro
es el mundo”.
Sor Lucía que, en marzo de 2013, empuñó la frase “Habemus Papa: li
cardinali Leo Messi”, ha sido capaz de reconectar con las necesidades más
terrenales de las personas, no sólo de aquellas que necesitan recibir -por la
actual situación social y económica-, sino también de aquellas que necesitan
dar. Personas de diferentes grupos sociales, culturales, religiosos y
políticos, todos por una misma causa: “mojarse por los que lo están pasando
mal”.
Esta monja se despoja de convencionalismos, no juzga nada ni a nadie y
actúa con una admirable y envidiable capacidad de liderazgo y de integración. Todo
ello lo hace desde su posición de cristiana militante, con una permanente
mirada crítica con aquellos que desde dentro de la iglesia defienden la
verticalidad de la institución, y apuestan en ocasiones por las “verdades
absolutas”. “Sueño, porque la esperanza del Evangelio me permite
soñar, con una Iglesia que no tenga nunca más forma vertical, sino que sea una
Iglesia en la que nos sentemos alrededor de una mesa circular, donde nos
presida Jesús”, asegura en su libro.
Pero ante todo, Sor Lucía Caram, pese a ser una monja de clausura, es una
mujer de acción, que intenta dar respuesta a las necesidades sociales que
apremian. “Terminé hasta el moño del
argumento tan trillado de: Hay que dar la caña y enseñar a pescar, y no dar
pescado. No entendía que no vieran que, si no se les daba de comer, tendríamos
pescadores muertos de hambre con cañas en la mano, porque lo que no había era
trabajo, o sea, posibilidad de pescar”, afirma.