miércoles, 22 de marzo de 2017

Todavía hay esperanza

Estudié en los Hermanos Maristas, ya hace unos cuantos años, y básicamente creo que mis padres optaron por un colegio religioso, en aquel momento, por la calidad de la enseñanza y no precisamente por la vertiente religiosa, aunque lógicamente ésta estuvo presente durante todos los años de estudio, y con el paso de los años me fui alejando. Supongo que el bajo contacto con la realidad en la que vivía y he estado viviendo y el posicionamiento de algunos de sus representantes sobre diversos temas de debate social, como el aborto, el uso del preservativo, la homosexualidad o el papel de la mujer en la iglesia, han hecho que con el tiempo me haya divorciado de la iglesia católica.

Años más tarde tuve la oportunidad de volver a conectar con determinados elementos básicos de la religión católica y su iglesia y fue con motivo de mis cortas estancias en Camerún, supervisando un proyecto de cooperación en el ámbito de la salud, donde pude comprobar, de manera reiterada, la proximidad entre sus representantes y las personas, que atendían aquellas necesidades que realmente eran básicas e insustituibles. Todavía recuerdo las palabras del anciano Padre Pierre, que se desplazaba a pie entre los poblados, a pesar de haber podido disponer de un coche cedido por la iglesia camerunesa.  “¿Cómo voy a ir en coche si mis fieles van andando a todos los lados? El dinero del coche lo he utilizado para comprar comida para ellos”, me decía. Si Dios realmente existe, lo que estaba viendo y viviendo era lo más cercano a lo que proclamaba Jesús.

Hace unos días he vuelto a revivir la misma sensación. “Intuyo que el único que estorba es el Espíritu y el mensaje de Jesús. Muchas veces me he preguntado: si Jesús viviera hoy, ¿cómo se le trataría desde Roma? ¿Se aceptaría su mensaje? ¿Nuestros pastores, los obispos, lo escucharían y promoverían el compromiso de su causa? Me temo que se le condenaría y lo quitarían de en medio, porque Jesús vive hoy en la comunidad”. Son palabras de la monja dominica contemplativa Sor Lucía Caram, a la que ya hace tiempo voy siguiendo a través de sus mediáticas intervenciones, en su libro “Mi claustro es el mundo”.

Sor Lucía que, en marzo de 2013, empuñó la frase “Habemus Papa: li cardinali Leo Messi”, ha sido capaz de reconectar con las necesidades más terrenales de las personas, no sólo de aquellas que necesitan recibir -por la actual situación social y económica-, sino también de aquellas que necesitan dar. Personas de diferentes grupos sociales, culturales, religiosos y políticos, todos por una misma causa: “mojarse por los que lo están pasando mal”.

Esta monja se despoja de convencionalismos, no juzga nada ni a nadie y actúa con una admirable y envidiable capacidad de liderazgo y de integración. Todo ello lo hace desde su posición de cristiana militante, con una permanente mirada crítica con aquellos que desde dentro de la iglesia defienden la verticalidad de la institución, y apuestan en ocasiones por las “verdades absolutas”. “Sueño,  porque la esperanza del Evangelio me permite soñar, con una Iglesia que no tenga nunca más forma vertical, sino que sea una Iglesia en la que nos sentemos alrededor de una mesa circular, donde nos presida Jesús”, asegura en su libro.

Pero ante todo, Sor Lucía Caram, pese a ser una monja de clausura, es una mujer de acción, que intenta dar respuesta a las necesidades sociales que apremian. “Terminé hasta el moño del argumento tan trillado de: Hay que dar la caña y enseñar a pescar, y no dar pescado. No entendía que no vieran que, si no se les daba de comer, tendríamos pescadores muertos de hambre con cañas en la mano, porque lo que no había era trabajo, o sea, posibilidad de pescar”, afirma.

Porque ella, con su proyecto de ayuda a los más necesitados de Manresa y su comarca, no exento de críticas, no sólo ha sido capaz de tambalear consciencias dentro de la iglesia sino también las propias bases conceptuales de la solidaridad y la cooperación.