jueves, 30 de noviembre de 2017

Lo que queda de ella

Hoy le he pedido que escribiera su nombre y tras pronunciarlo sólo ha podido coger el bolígrafo, mientras mis dedos acompañaban los suyos, y trazar una línea débil y discontinúa en el papel en blanco. Después se ha quedado con la mirada perdida y los ojos casi cerrados mirando la mesa mientras movía el dedo índice como si fuera una estilográfica.

¿Queda algo de lo que fue mi madre? En algunos instantes sólo queda su sombra. El maldito Alzheimer se lo está comiendo todo. Tras el gesto de mi madre me he quedado cabizbajo y mi pareja ha tenido que salir de la habitación porque no ha podido contener la emoción. “Josep, tu madre ya no sabe escribir ni su nombre. ¿Qué queda entonces de su identidad?”, me dijo. A estas alturas ya nadie lo sabe.

Ser enfermero ayuda a cuidar, también cuando se trata de hacerlo con tu madre y también a tu padre. Pero en este caso, ¿cómo tomar distancia, cómo poner barrera, cómo mantener mi equilibrio para seguir? A veces lograrlo no es fácil, pero lo sigo intentando. Ser enfermero me protege en cierto modo y contribuye a que pueda separar mentalmente y ver que quien me grita o balbucea con el cejo fruncido, lleno de una rabia aparente, no es mi madre, sino su enfermedad.

¿Qué hacer cuando tus padres se hacen mayores y cuando uno de ellos tiene Alzheimer? Nada es fácil y más cuando su principal cuidador, en este caso mi padre, se niega inicialmente a recibir ningún tipo de ayuda. “Yo puedo, yo puedo, yo puedo. Yo niego, yo niego, yo niego. Yo niego la realidad”.

Los primeros días, cuando mi madre todavía era más consciente, le costaba hacer uso de los pañales. Ahora ya ni se acuerda. Una vez más ser enfermero me salvó. ¿Cómo no iba a cambiar la muda a mi madre, a limpiarla, a asearla si muchos años atrás yo mismo lo había hecho con centenares de ancianos, hombres y mujeres, que no podían valerse por ellos mismos?


Esta noche he salido triste, muy triste, aunque no más que en otros momentos desde que empezó todo. La pena, aunque yo no sea capaz de mostrarlo a quien me pregunta, me corroe un poquito por dentro. Ya casi no queda rastro de lo que un día fue esta mujer, mi madre. Sé que un día llamaré a mi madre por su nombre y ella me mirará con la mirada perdida y ya no podrá recordar el mío.